¿A
fin cuentas qué es la Literatura? Muchas son las formas en las cuales se
presenta el texto literario, el campo en el cual se mueve posee numerosas caras
a lo largo de los siglos. Tantos han sido los textos que agrupamos bajo el
nombre de literatura que bien podría ser todo literatura, sin embargo, podemos
delinear poco a poco los criterios bajo los cuales podemos agrupar un canon. Existen dos
criterios que podrían ayudarnos para esto: “hecho” y “ficción”. Su naturaleza al principio podría parecernos adecuada, no
obstante nos damos cuenta que no es suficiente y mucho menos idónea debido a la
manera en la cual hemos delineado estos dos conceptos a lo largo de los siglos
debido a la percepción que tenemos de lo que es ficción y lo que es hecho. Las
fronteras entre ambas se vuelven cada vez más borrosas conforme retrocedamos en
el tiempo, la temporalidad suele dañar percepciones y equivocar juicios.
Roman
Jakobson nos proporciona un buen rasgo para identificar el carácter literario
de un texto: el uso del lenguaje. La literatura intensifica el lenguaje, va más
allá del plano comunicativo, “violenta el lenguaje cotidiano”, establece nuevas
relaciones entre significado y significante. Una mirada objetiva del texto nos
permite reformularnos nuestra pregunta inicial sobre la naturaleza del texto literario,
quizá la literatura sea este lenguaje
que explote sus posibilidades. El lenguaje común nos ha alienado, la literatura
nos proporciona un medio para escapar a
este uso cotidiano, potenciando su valor simbólico, poético, pero antes que
todo, su valor no pragmático.
Nuestras
indagaciones nos pueden proporcionar nuevas interrogantes sobre la naturaleza
de la literatura, bien podríamos comentar que literatura es aquello que las
épocas han denominado que es literatura. Hemos contemplado como en numerosas
ocasiones los juicios respecto a los textos han agrupado en un mismo campo
textos a primera vista dispares, tratando con ello encontrar hilos comunes,
rasgos inherentes que podrían guiarnos en este turbulento y multiforme
laberinto.
El
propósito inicial de ciertos textos no siempre fue el de un fin artístico, sin
embargo, las eras han proporcionado etiquetas de literatura a aquello que no
nació como literatura, las lecturas han hecho más por la identidad de un texto
que la crítica o la teoría en sí. Más que los textos, la forma en que los hemos
clasificado dice mucho sobre nuestra identidad como lectores. Tal percepción
del texto literario nos lleva a pensar que son los lectores más que los
escritores los que llevan el rumbo de la Historia de la Literatura.
Los
juicios que tenemos en torno a los textos no nos dejan otra alternativa, o al
menos por ahora, de llegar a esta conclusión, que a falta de mejores bien podrían encaminar de forma más segura a
una aproximación sobre la naturaleza del texto literario. No sería honesto
promulgar reglas fundamentales, criterios inamovibles que segmenten de tajo lo
que es literatura y que no lo es. Tanto lo que es literatura como lo que no lo
es depende más de nuestra percepción, entrever los mecanismos a los cuales nos
han llevado tales conclusiones sería lo verdaderamente interesante y que tendrá
seguramente numerosas respuestas.
Quisiera
concluir con una leyenda hindú que refiere la historia de un pintor que estaba
obsesionado con la idea de Dios. Al final se le permitió el derecho de poder
pintar el rostro de la divinidad, se acercó al templo y alzó los ojos, comenzó
velozmente los trazos de una obra magnifica, era una muestra de la maestría del
pintor, acto seguido volvió a alzar los ojos, el rostro de Dios se volvió a
transformar, enfadado el pintor borró lo comenzado e inició su tarea
nuevamente, esta vez era una muestra de innovación en el canon artístico, las
líneas no se habían visto nunca en la pintura de la época. Volvió a alzar los
ojos y la multiforme naturaleza del representado había transmutado, vencido el
pintor no pudo cumplir el reto de pintar la divinidad. Dios, o dioses, puesto
que la naturaleza religiosa de la India nos permite este plural, bajó los ojos
hacia el pintor y le entregó un espejo, este reflejó al pintor, le comentó que
ese también era uno de sus rostros. El pintor realizó un autorretrato; había
realizado su visión de Dios, la más adecuada para él. Pienso que un fenómeno
parecido ocurre cuando intentamos definir literatura, cada persona logrará
delinear una, la cual nos dirá más sobre el lector mismo que sobre la
Literatura.
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